a Raúl Mileo

 

En su ademán inmóvil suspendida,
apari­ción en el alud de espuma,
esperan­do ya no,
                              desesperada,
la raya muerta.

Enca­de­na­da a su espe­jo de arena
como los astros a su elipse, quieta,
cielo de bocas entreabiertas,
la raya muerta.

Muer­ta sin fin, sin alas, ciega.
Pájaro de tierra.
El mar la cubre y la des­cubre. Juega
con esa niña sin muñecas.

Para la luz del sol.
Para una cat­e­dral de luz desierta.
Para la vida sin la vida. Huella.
Vue­lo de hon­dura de la raya muerta.
Raya no de diálogo.
                                    De fin.
Pági­na suelta.

Rumor de mar.
Amores en América
desa­pare­cen de su puerta.
Bril­la el frío solar y apa­ga el cielo.
Abre los ojos la raya muerta.

No raya de pasión.
No de quimera.
Ni de ale­gría ni de esperma.
Vir­tud del agua que en el agua queda.

A su salud postrera,
el ojo del crepús­cu­lo se incendia.

Raya sin alas.
                         Pájaro de guerra.
Murió de un pescador que vive en pena.
En el fon­do del mar
                                   la vida late.
Pero es del aire lo que vuela.

 

 

 

De Poe­mas sin libro (Buenos Aires, Edi­ciones en Dan­za, 2002)

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