«A usar tu lengua vienes…»
Mac­beth a un men­sajero, William Shakespeare.

 

Mat­en al men­sajero, pron­to mat­en al que vino
a decir que Rim­baud desem­bar­có de su ausencia,
al que jura que la pal­abra de Sor Jua­na sabe tan dulce
como un pezón de luna. Mat­en al impos­tor, al que aún bebi­en­do toda
el aguar­di­ente puede recitar sin respiro un palín­dro­mo, dejarse amar
por cien mujeres y recor­dar­las bru­tal­mente tan sólo con olerlas
en la penum­bra. Mat­en al mal­venido, al ines­per­a­do, al homérico.
Ciér­ren­le la puer­ta en la cara antes de ver­lo ergui­do como un lirio.
No podrán resi­s­tir­lo, les dirá cómo olvi­darse de lo que nun­ca fueron.
Los dejará en medio del cír­cu­lo, los invi­tará a un ban­quete de sombras.
Mat­en al men­sajero, al palo­mo mal­heri­do, al des­bo­ca­do juglar
de las taber­nas que apes­tan de solos. Pón­gan­le har­tas piedras,
ciér­ren­le el camino, hágan­le un pozo de silen­cio has­ta que caiga.
Niéguen­le la soga el rezo la rosa el orgas­mo, sobre todo la mirada.

Mat­en al men­sajero: la luz que dice traer es la luz que ya encendimos.

image_pdfimage_print